viernes, 14 de febrero de 2014

Ejercicio literario (entrecruzamiento narrativo)

Esas malditas llaves… ¿dónde las había dejado? Estaba seguro de que la noche anterior las había dejado sobre la mesa de centro en la sala. Estaba seguro… casi seguro. Es decir, sí había bebido con la intención de olvidar, pero no las llaves que ahora buscaba con desesperación. Era sábado, usualmente su día de descanso; no esta vez. Si tan sólo hubiera recordado que ese día era la entrevista. Primero el agua fría de la ducha y ahora las llaves. ¿Dónde diablos están? Maldita sea, las 8:38 y siguen sin aparecer. Se resbaló; pisó las llaves. Al menos las había encontrado. 8:46, iba a tener que usar el atajo de parque. Ojalá no hubiera policías esa mañana, realmente iba a tener que atravesar el parque. Es temprano, no habrá muchas personas caminando por ahí.
El motor rugía ferozmente por la avenida. Dio vuelta. Luz verde, perfecto, avanza. Vuelta a la derecha, intersección,  luz  ámbar, pisa profundo. El parque. Por suerte hay poca gente,  allá sobre la colina un hombre con su perro, a lo lejos un par de chicas trotando, pero nadie sobre el camino de grava. Qué bueno que la senda de grava es amplia. 8:55, sí va a llegar. Velocidad moderada, no quiere que las piedras dañen la carrocería. Está libre, parece una buena oportunidad para terminar de abrocharse los botones de la camisa que se dejó sueltos. Nunca se había percatado de lo pequeños que eran. Hasta hoy. Sus poderosos dedos apenas lograban manipular el diminuto disco de resina. Imposible hacerlo con una sola mano. De acuerdo, al fin no hay gente cerca. Ahora.
Tenía hambre, mucha. Aunque ayer había encontrado un emparedado un poco mordisqueado de una orilla. Estaba en buen estado, de ese mismo día, había tenido suerte. A pesar de que su estómago había demostrado ser lo suficientemente resistente a la podredumbre de una rebanada de pizza mohosa, prefería caminar más y más lejos con la esperanza de encontrar un mejor festín. Como sea, ese emparedado y las moras que había recuperado debajo de un puesto de frutas, había sido toda la ingesta del día anterior, y había once horas de digestión entre aquél refrigerio y el nuevo apetito. Por lo menos era sábado. Las mañanas de cada sábado de cada semana el café Britto’s depuraba sus aparadores: todos los pastelillos y pastas que no se habían vendido en la semana eran arrojados al contenedor, a la espera del servicio de recolección de residuos de la ciudad.  Era un café pequeño, por lo que el botín lo abastecía para dos días o tres días cuando mucho. El martes había pasado por ahí, había admirado el esplendor de los panes que el devoraría en unos cuantos días, pero ese sábado lucirían diferentes a como los vio en el aparador. Naturalmente la pasta se humedecería, probablemente pequeños puntillos de moho, nada que no valiera la pena. Especialmente esta semana hubo una pieza que llamó su atención. Una tarta que recién se graduaba de los hornos de los Britto ese glorioso martes. Era dorada, con bordes de un tono acaramelado, azúcar salpicando el centro. Esperaba verla en la bolsa negra de basura, aunque no se hacía muchas esperanzas; es decir, seguramente alguien que sí tenía dinero –al menos los $5 dólares que costaba la tarta- la habría comprado, cautivado por sus formas y bordes acaramelados, tal como a él le pasó. En efecto, esa mañana cuando la humedad del rocío y la luz del alba lo despertó aquella mañana de su reparadora siesta en la banca del parque, la imagen de la tarta avasallaba su mente.
Inundado de esperanza y entusiasmo, se levantó y camino hacia la avenida. El sol despuntaba y auguraba un hermoso día. Sí que lo sería si encontraba esa bendita tarta. Tiene que moverse. Los sábados no se veía el furgón del basurero hasta las 11; tenía tiempo de llegar hasta Britto’s y usurpar el basurero del local hasta encontrar aquella dulzura. Una pelota y un perro corriendo por ella. Seguro que hasta ese perro ya desayunó. Mejor se apresura. Si no fuera por la ropa y el pelo alborotado, podrían confundirlo con un maratonista. Debe ser la primera vez que corre por comida, ni siquiera en el albergue se apresuraba tanto como ahora para formarse en la fila de las raciones. Se sorprende que tenga tan buena condición, no ha disminuido el paso y aún no siente peso en el pecho. Hay poca gente, será que a esta hora siguen dormidos. Un par de chicas trotando a lo lejos. Vinieron a ejercitarse, pero a juzgar por su aspecto, parece que hasta para eso hay un código de etiqueta. Pasan trotando por un lado. O mejor dicho, pasa él como bólido al lado de ellas. Llega a la intersección del camino de grava. De repente, una corriente de aire le quita su gorro de lana. Sigue avanzando. La verdad es que sí necesita el gorro, así que regresa. Después de todo, son sólo un par de segundos... la tarta seguirá ahí... en cuanto tome la gorra correrá más rápido aún. Se agacha para tomar la gorra. Listo, mejor se la lleva en la mano. Se incorpora y antes que respirar o voltear hacia el camino, se echa a correr.
Sentía que ya no podía ir más rápido. No con esos zapatos. Afortunadamente siempre llevaba un par de zapatos bajos en el bolso. Una técnica que le había ahorrado llegar tarde infinidad de veces, desde los primeros eventos formales en la universidad. Para ese entonces era tanta su experiencia que podía calzarse los relevos sin necesidad de detenerse. Así lo hizo. Sin tropezones ni titubeos. Diez centímetros más cerca del suelo se traduce en velocidad.Tenía que estar en la fuente Fabiolle, la que está en la entrada  oriente del parque, en menos de cinco minutos. Ocho si quería tener tiempo de inspeccionar su aspecto; su brillante cabello castaño seguramente estaría un tanto alborotado por el ajetreo, y tenía que retocarse el labial y empolvarse el rostro. Es el protocolo de toda buena profesionista que se respeta. O en su caso, de una periodista que tiene que hacer una entrevista en el parque a las nueve de la mañana. ¿Cómo será él? ¿será de los que necesitan repaso de las preguntas y apuntador o de los espontáneos? La verdad es que con esa carrerita y el dolor de cabeza no le dan ganas de andar soplándole las respuestas a nadie.



1 comentario:

  1. La narración va muy bien, mejorará trabajando más la atmósfera y a los personajes

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