Esas malditas llaves… ¿dónde las había
dejado? Estaba seguro de que la noche anterior las había dejado sobre la mesa
de centro en la sala. Estaba seguro… casi seguro. Es decir, sí había bebido con
la intención de olvidar, pero no las llaves que ahora buscaba con
desesperación. Era sábado, usualmente su día de descanso; no esta vez. Si tan
sólo hubiera recordado que ese día era la entrevista. Primero el agua fría de
la ducha y ahora las llaves. ¿Dónde diablos están? Maldita sea, las 8:38 y
siguen sin aparecer. Se resbaló; pisó las llaves. Al menos las había
encontrado. 8:46, iba a tener que usar el atajo de parque. Ojalá no hubiera
policías esa mañana, realmente iba a tener que atravesar el parque. Es
temprano, no habrá muchas personas caminando por ahí.
El motor
rugía ferozmente por la avenida. Dio vuelta. Luz verde, perfecto, avanza.
Vuelta a la derecha, intersección,
luz ámbar, pisa profundo. El
parque. Por suerte hay poca gente, allá
sobre la colina un hombre con su perro, a lo lejos un par de chicas trotando,
pero nadie sobre el camino de grava. Qué bueno que la senda de grava es amplia.
8:55, sí va a llegar. Velocidad moderada, no quiere que las piedras dañen la
carrocería. Está libre, parece una buena oportunidad para terminar de
abrocharse los botones de la camisa que se dejó sueltos. Nunca se había
percatado de lo pequeños que eran. Hasta hoy. Sus poderosos dedos apenas lograban
manipular el diminuto disco de resina. Imposible hacerlo con una sola mano. De
acuerdo, al fin no hay gente cerca. Ahora.
Tenía hambre,
mucha. Aunque ayer había encontrado un emparedado un poco mordisqueado de una
orilla. Estaba en buen estado, de ese mismo día, había tenido suerte. A pesar
de que su estómago había demostrado ser lo suficientemente resistente a la
podredumbre de una rebanada de pizza mohosa, prefería caminar más y más lejos
con la esperanza de encontrar un mejor festín. Como sea, ese emparedado y las
moras que había recuperado debajo de un puesto de frutas, había sido toda la
ingesta del día anterior, y había once horas de digestión entre aquél
refrigerio y el nuevo apetito. Por lo menos era sábado. Las mañanas de cada
sábado de cada semana el café Britto’s depuraba sus aparadores: todos los
pastelillos y pastas que no se habían vendido en la semana eran arrojados al
contenedor, a la espera del servicio de recolección de residuos de la ciudad. Era un café pequeño, por lo que el botín lo
abastecía para dos días o tres días cuando mucho. El martes había pasado por
ahí, había admirado el esplendor de los panes que el devoraría en unos cuantos
días, pero ese sábado lucirían diferentes a como los vio en el aparador.
Naturalmente la pasta se humedecería, probablemente pequeños puntillos de moho,
nada que no valiera la pena. Especialmente esta semana hubo una pieza que llamó
su atención. Una tarta que recién se graduaba de los hornos de los Britto ese
glorioso martes. Era dorada, con bordes de un tono acaramelado, azúcar
salpicando el centro. Esperaba verla en la bolsa negra de basura, aunque no se
hacía muchas esperanzas; es decir, seguramente alguien que sí tenía dinero –al
menos los $5 dólares que costaba la tarta- la habría comprado, cautivado por
sus formas y bordes acaramelados, tal como a él le pasó. En efecto, esa mañana
cuando la humedad del rocío y la luz del alba lo despertó aquella mañana de su
reparadora siesta en la banca del parque, la imagen de la tarta avasallaba su
mente.
Inundado de
esperanza y entusiasmo, se levantó y camino hacia la avenida. El sol despuntaba
y auguraba un hermoso día. Sí que lo sería si encontraba esa bendita tarta. Tiene
que moverse. Los sábados no se veía el furgón del
basurero hasta las 11; tenía tiempo de llegar hasta Britto’s y usurpar el
basurero del local hasta encontrar aquella dulzura. Una pelota y un perro
corriendo por ella. Seguro que hasta ese perro ya desayunó. Mejor se apresura.
Si no fuera por la ropa y el pelo alborotado, podrían confundirlo con un
maratonista. Debe ser la primera vez que corre por comida, ni siquiera en el
albergue se apresuraba tanto como ahora para formarse en la fila de las
raciones. Se sorprende que tenga tan buena condición, no ha disminuido el paso
y aún no siente peso en el pecho. Hay poca gente, será que a esta hora siguen
dormidos. Un par de chicas trotando a lo lejos. Vinieron a ejercitarse, pero a
juzgar por su aspecto, parece que hasta para eso hay un código de etiqueta.
Pasan trotando por un lado. O mejor dicho, pasa él como bólido al lado de
ellas. Llega a la intersección del camino de grava. De repente, una corriente
de aire le quita su gorro de lana. Sigue avanzando. La verdad es que sí
necesita el gorro, así que regresa. Después de todo, son sólo un par de
segundos... la tarta seguirá ahí... en cuanto tome la gorra correrá más rápido
aún. Se agacha para tomar la gorra. Listo, mejor se la lleva en la mano. Se
incorpora y antes que respirar o voltear hacia el camino, se echa a correr.
Sentía que ya
no podía ir más rápido. No con esos zapatos. Afortunadamente siempre llevaba un
par de zapatos bajos en el bolso. Una técnica que le había ahorrado llegar
tarde infinidad de veces, desde los primeros eventos formales en la
universidad. Para ese entonces era tanta su experiencia que podía calzarse los
relevos sin necesidad de detenerse. Así lo hizo. Sin tropezones ni titubeos.
Diez centímetros más cerca del suelo se traduce en velocidad.Tenía que estar en
la fuente Fabiolle, la que está en la entrada oriente del parque, en menos de cinco minutos.
Ocho si quería tener tiempo de inspeccionar su aspecto; su brillante cabello
castaño seguramente estaría un tanto alborotado por el ajetreo, y tenía que
retocarse el labial y empolvarse el rostro. Es el protocolo de toda buena
profesionista que se respeta. O en su caso, de una periodista que tiene que
hacer una entrevista en el parque a las nueve de la mañana. ¿Cómo será él?
¿será de los que necesitan repaso de las preguntas y apuntador o de los
espontáneos? La verdad es que con esa carrerita y el dolor de cabeza no le dan
ganas de andar soplándole las respuestas a nadie.
La narración va muy bien, mejorará trabajando más la atmósfera y a los personajes
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