miércoles, 23 de abril de 2014

"Arrepentimiento"- Cuento circular

El Sr. Francisco yacía en su cama, su rostro estaba cubierto por lágrimas y en sus ojos podía verse dolor y arrepentimiento. Esa mañana, estando en el jardín, sintió un dolor como nunca antes, sintió que su pecho se comprimía impidiéndole respirar; la vista se le nublaba y el mundo parecía dar vueltas. Un nudo en la garganta le impedía emitir cualquier sonido y aunque hubiera podido dar un grito de auxilio, de nada hubiera servido, la casa estaba vacía. Pensó en recostarse en su cama hasta que el dolor desapareciera, se levantó de la mecedora y abandonó el jardín. 




Caminó dificultosamente, dando tumbos, apoyándose en los muebles de su casa. Al llegar al pasillo que conducía a su habitación, se tambaleó pero al aferrarse a la pared evitó una caída de la que no hubiera podido levantarse. Al fin llegó a su cama y se recostó del lado izquierdo con la vista al techo. Todo seguía dando vueltas. Estando ahí acostado dejó caer su cabeza hacia un costado, dirigiendo la mirada hacia el lugar donde durmió su esposa por 53 años y que ahora se encontraba vacío. No le costaba trabajo recordar su rostro iluminado por los rayos del sol que entraban por la ventana cada mañana. Le gustaba verla dormir aunque al momento en que comenzaba a despertar él se volteaba y fingía seguir dormido. No era la única ocasión en la que ocultaba sus sentimientos, la amaba, pero jamás lo demostraba. El Sr. Francisco era un hombre reservado y adusto, no se le vería llorar, decirle una palabra dulce a su esposa o dándole un abrazo a sus hijos. Una tarde, ella no soportó más su frialdad y se derrumbó. Al regresar del trabajo la encontró llorando mientras ponía la mesa. Quiso acercarse a ella y preguntarle qué era lo que le pasaba, abrazarla, consolarla, pero las únicas palabras que salieron de su boca fueron “¿Ya está lista la cena?”. Ahora que se encontraba solo, reconocía que él pudo evitarle esa tristeza a su esposa, que decir te quiero no era tan difícil después de todo. Pero ya era muy tarde.


El dolor que sentía en el pecho no era tan grande como el que emanaba de su corazón. Ahí estaba él, triste, agonizante y solo. Podría haber sido diferente, y él lo sabía. Podría estar rodeado de su familia, con sus hijos acompañándolo y sosteniendo su mano. Pero no, él los había alejado a todos, o mejor dicho, nunca intentó acercarse a ellos. Uno de los ejemplos más claros eran los cumpleaños. El Sr. Francisco sabía que en aquellos días especiales su esposa organizaría una pequeña fiesta en su casa, prepararía un pastel e invitaría a amigos. Era el cumpleaños número diez de su hijo mayor Manuel, su esposa había pasado toda la mañana con la decoración. Él había prometido llegar temprano del trabajo para acompañarlos en la celebración, es más, hacía una semana que le había comprado un regalo. Sin embargo, el Sr. Francisco no llegó hasta la noche, ya que todo había terminado. No es que no quisiera ir pero empezó a cuestionarse que diría al llegar, cómo se comportaría, cómo lo verían los demás si mostraba sus sentimientos. Así fue como sus hijos se fueron desilusionando de él, y poco a poco dejaron de darle importancia a lo que su papá hiciera.

Recostado en su cama, las lágrimas corrían por sus mejillas mientras la herida en su corazón se agrandaba con cada recuerdo. Ya no distinguía si el dolor en el pecho era físico o provenía de su interior. De cualquier forma no podría aliviarlo. El Sr. Francisco terminaría sus días lamentándose

No hay comentarios:

Publicar un comentario