lunes, 31 de marzo de 2014

Metaficción: "Motívate"

José se sentía muy triste. Había sido feliz antes, pero ahora, no había nada que lograra levantar su ánimo. El mundo le parecía frío, gris, distante. Pero con lo que le importaba el mundo. Ya ni siquiera se preocupaba de él mismo; poco dormía, y menos comía. Su desempeño laboral disminuyó. Ya casi no veía a sus amigos. Estaba cayendo en una seria depresión.

Un colega cercano a él se percató del estado de su amigo y decidió apoyarlo. Un día lo abordó en el trabajo y le sugirió salir a tomar algo esa tarde. Así pues, después del trabajo se dirigieron a un bar cercano __. Bebieron un par de cervezas. Su amigo le contó algunas anécdotas pero José apenas y mostraba interés en lo que su amigo le relataba. Después de varias botellas vacías y agotado el obituario, José se despidió de su compañero y se dirigió hacia su departamento. A pesar del ligero mareo que le produjo el alcohol, logró llegar sin problema a su domicilio.

Al entrar a su apartamento ni siquiera encendió la luz. Se dirigió a oscuras hasta su dormitorio y sin despojarse de su ropa, se dejó caer sobre la cama. Fue en ese momento en que sintió un objeto extraño bajo su espalda. Extrañado por la presencia de ese algo desconocido, alargó su mano por debajo de su espalda hasta el contacto con el elemento que le incomodaba el dorso, lo asió y lo llevó hacia su vista. Por supuesto, no lo podía ver, la alcoba estaba a oscuras. Se estiró hacia un costado para encender la lámpara que estaba sobre la mesita de noche. Ahora sí, escudriñó la cosa que sostenía su otra mano. Era un libro. No recordaba haber leído la noche anterior o en mucho tiempo. Tampoco recordaba haberlo comprado. Tenía un forro negro de pasta dura, sin título a la vista. Tentado por la curiosidad, comenzó a hojearlo. Otra vez, no encontró el título ni las especificaciones de impresión o derechos de autor, propias de todo ejemplar. No obstante, después de una hoja suelta, comenzaban las palabras. Sin mayor demora, comenzó a leer.

Una ligera mañana de marzo, un joven caminaba por la acera cuando de repente se encontró con la mujer más hermosa del mundo. Sentada sobre una banca, ella leía una revista. El chico no supo si fue su buen humor ese día o la canción que había escuchado esa la mañana en el radio antes de salir a la calle o quizás fue su mirada cuando se encontró con la de ella. Sin poder resistirse, se acercó a ella y comenzó a hablarle, sin preocuparse de las sonrisas que se le escapaban entre cada palabra ni del frenesí que poco a poco de él se apoderaba. Estaba claro que la chica no tuvo escapatoria ante la voluntad del enamorado joven y terminó por contagiarse de la pasión que él lo inundaba. 

Fue así como una próspera y feliz época comenzó para aquellos desconocidos. Él no recordaba haberse sentido así antes ni mucho menos se atrevía a pensar que su felicidad algún día terminaría. Embelesado y confiado, no dudó en entregarse completamente y sin reservas. En la vida, en esa misma donde es posible el gozo y la alegría existen, la insensatez no deja de tener consecuencias. Los miedos que él no se atrevía siquiera a considerar se revelaron ante él con forma y fuerza de quien siempre ha existido y que en la oscuridad, se ha ido haciendo más fuerte. La luz que lo había llenado con la llegada del amor se extinguió súbitamente. La razón no le bastaba para explicar la partida de su amada ni le permitía imaginar una salida de ese mundo ahora en ruinas en el que vivía. La depresión lo amparó entre sus brazos y la voluntad del joven zozobró.

Pasaban los días en sus días sin tiempo. Sin intentarlo, sucumbiendo, el chico ansiaba escapar del desconsuelo. Él no se percataba, pero afuera de sus ojos, había una vida teñida de nuevas posibilidades. Cada persona llevaba incrustado el potencial de una nueva felicidad. Pero él estaba entregado al dolor, sin percatarse de que el sufrimiento es una semilla que se alimenta de la autocompasión y el egocentrismo. Enfrascado en su depresión, el joven no se había dado cuenta de la afección de la que él mismo era la causa. Una chica que trabajaba en el mismo piso que él, adolecía el estado en que él se encontraba desde hacía varias semanas. Él no la había notado, pero ella se esmeraba en avivar las breves charlas que sostenían cuando ella iba hacia la sala de copiado, si es que él necesitaba algún encargo de papelería o cuando ella le preguntaba si había escuchado las críticas acerca de la película que se estrenaba ese fin de semana.

Si él se hubiera fijado tan sólo un poco, se hubiera sorprendido de la armonía de las facciones de la chica y muy probablemente no le hubiera costado mucho sentirse interesado en lo que ella le decía. Pero no, él se encontraba varios metros por debajo de la capacidad de sentirse feliz otra vez o de sentir en absoluto. Posiblemente su vida podría volver al color, incluso con más intensidad que la que alguna vez había tenido, quien sabe. Sin embargo, él sabía que era infeliz y abrazaba la idea de un destino vacío e incierto. Estaba siendo infeliz deseando no serlo, es decir, realmente había perdido su voluntad, ¿no era así? Su vida ya no le pertenecía, ¿es que alguna vez había sido suya? Seguramente no. 

Si la vida de ese chico se hubiera perdido, esto es, si alguna vez hubiera tenido algún valor, este no hubiera estado determinado por la compañía de otra persona. Lo más probable es que la vida del joven nunca haya tenido sentido hasta que conoció a aquella chica que después lo abandonó. Él no tendría el valor de demostrar lo contrario, no podría dejar de sentirse derrotado porque siempre lo había sido. No tendría el valor de ser feliz otra vez, porque él no era de los que viven, sino de los que viven, sino de lo que cuentan haber vivido. Él jamás podría salir de aquella depresión que se había apoderado de él. O eso pensaba, hasta que lo encontró. Fue una noche después de haber bebido unas cervezas con un colega. Al recostarse en su cama para dormir, sintió algo entre su espalda y el colchón. Era un libro de pasta oscura que misteriosamente había llegado hasta su cama. No recordaba haberlo visto antes. Sin oponer resistencia a su curiosidad, comenzó a leerlo. 

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