José se sentía muy triste. Había sido
feliz antes, pero ahora, no había nada que lograra levantar su ánimo. El mundo le
parecía frío, gris, distante. Pero con lo que le importaba el mundo. Ya ni
siquiera se preocupaba de él mismo; poco dormía, y menos comía. Su desempeño
laboral disminuyó. Ya casi no veía a sus amigos. Estaba cayendo en una seria
depresión.
Un colega cercano a él se percató del
estado de su amigo y decidió apoyarlo. Un día lo abordó en el trabajo y le
sugirió salir a tomar algo esa tarde. Así pues, después del trabajo se
dirigieron a un bar cercano __. Bebieron un par de cervezas. Su amigo le contó algunas
anécdotas pero José apenas y mostraba interés en lo que su amigo le relataba. Después
de varias botellas vacías y agotado el obituario, José se despidió de su
compañero y se dirigió hacia su departamento. A pesar del ligero mareo que le
produjo el alcohol, logró llegar sin problema a su domicilio.
Al entrar a su apartamento ni siquiera
encendió la luz. Se dirigió a oscuras hasta su dormitorio y sin despojarse de su
ropa, se dejó caer sobre la cama. Fue en ese momento en que sintió un objeto extraño
bajo su espalda. Extrañado por la presencia de ese algo desconocido, alargó su
mano por debajo de su espalda hasta el contacto con el elemento que le incomodaba
el dorso, lo asió y lo llevó hacia su vista. Por supuesto, no lo podía ver, la
alcoba estaba a oscuras. Se estiró hacia un costado para encender la lámpara
que estaba sobre la mesita de noche. Ahora sí, escudriñó la cosa que sostenía
su otra mano. Era un libro. No recordaba haber leído la noche anterior o en
mucho tiempo. Tampoco recordaba haberlo comprado. Tenía un forro negro de pasta
dura, sin título a la vista. Tentado por la curiosidad, comenzó a hojearlo.
Otra vez, no encontró el título ni las especificaciones de impresión o derechos
de autor, propias de todo ejemplar. No obstante, después de una hoja suelta,
comenzaban las palabras. Sin mayor demora, comenzó a leer.
Una ligera mañana de marzo, un joven caminaba
por la acera cuando de repente se encontró con la mujer más hermosa del mundo. Sentada
sobre una banca, ella leía una revista. El chico no supo si fue su buen humor ese
día o la canción que había escuchado esa la mañana en el radio antes de salir a
la calle o quizás fue su mirada cuando se encontró con la de ella. Sin poder
resistirse, se acercó a ella y comenzó a hablarle, sin preocuparse de las
sonrisas que se le escapaban entre cada palabra ni del frenesí que poco a poco
de él se apoderaba. Estaba claro que la chica no tuvo escapatoria ante la voluntad
del enamorado joven y terminó por contagiarse de la pasión que él lo inundaba.
Pasaban los días en sus días sin
tiempo. Sin intentarlo, sucumbiendo, el chico ansiaba escapar del desconsuelo. Él
no se percataba, pero afuera de sus ojos, había una vida teñida de nuevas
posibilidades. Cada persona llevaba incrustado el potencial de una nueva
felicidad. Pero él estaba entregado al dolor, sin percatarse de que el sufrimiento
es una semilla que se alimenta de la autocompasión y el egocentrismo. Enfrascado
en su depresión, el joven no se había dado cuenta de la afección de la que él
mismo era la causa. Una chica que trabajaba en el mismo piso que él, adolecía
el estado en que él se encontraba desde hacía varias semanas. Él no la había
notado, pero ella se esmeraba en avivar las breves charlas que sostenían cuando
ella iba hacia la sala de copiado, si es que él necesitaba algún encargo de papelería
o cuando ella le preguntaba si había escuchado las críticas acerca de la película
que se estrenaba ese fin de semana.
Si él se hubiera fijado tan sólo un
poco, se hubiera sorprendido de la armonía de las facciones de la chica y muy
probablemente no le hubiera costado mucho sentirse interesado en lo que ella le
decía. Pero no, él se encontraba varios metros por debajo de la capacidad de
sentirse feliz otra vez o de sentir en absoluto. Posiblemente su vida podría
volver al color, incluso con más intensidad que la que alguna vez había tenido,
quien sabe. Sin embargo, él sabía que era infeliz y abrazaba la idea de un
destino vacío e incierto. Estaba siendo infeliz deseando no serlo, es decir,
realmente había perdido su voluntad, ¿no era así? Su vida ya no le pertenecía,
¿es que alguna vez había sido suya? Seguramente no.
Si la vida de ese chico se
hubiera perdido, esto es, si alguna vez hubiera tenido algún valor, este no
hubiera estado determinado por la compañía de otra persona. Lo más probable es
que la vida del joven nunca haya tenido sentido hasta que conoció a aquella
chica que después lo abandonó. Él no tendría el valor de demostrar lo
contrario, no podría dejar de sentirse derrotado porque siempre lo había sido.
No tendría el valor de ser feliz otra vez, porque él no era de los que viven,
sino de los que viven, sino de lo que cuentan haber vivido. Él jamás podría
salir de aquella depresión que se había apoderado de él. O eso pensaba, hasta
que lo encontró. Fue una noche después de haber bebido unas cervezas con un
colega. Al recostarse en su cama para dormir, sintió algo entre su espalda y el
colchón. Era un libro de pasta oscura que misteriosamente había llegado hasta
su cama. No recordaba haberlo visto antes. Sin oponer resistencia a su
curiosidad, comenzó a leerlo.
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